José Ramón Fernández: «Uno cuenta historias para tratar de tomarle el pulso al mundo que le rodea»

José Ramón Fernández ha regresado recientemente a la narrativa, género en el que dio sus primeros pasos, con la novela negra ‘Un dedo con un anillo de cuero’ que ha publicado Eugenio Cano Editor. El madrileño fue galardonado el pasado año con el Premio Nacional de Literatura, y con anterioridad ganó el Premio Calderón de la Barca y el Lope de Vega.

Para conocer más sobre su novela y sus planes de futuro hemos hablado con él. ‘Un dedo con un anillo de cuero’ es una de las novelas que LeeMisterio sorteará entre los participantes en los PremiosLeeMisterio que comienzan la próxima semana.

¿Cómo se presenta el misterio en ‘Un dedo con un anillo de cuero’?
Intento jugar dentro de los límites del género: presento lo que se puede suponer que es un crimen. Luego vuelvo en el tiempo, tres días atrás, y presento el lugar y los personajes de esta historia, de modo que invito al lector a elucubrar sobre sus intenciones y sus deseos; le invito, sobre todo, a meterse en ese lugar y notar el aire espeso que parece necesitar un estallido. Regreso al día del crimen y sigo a quienes tratan de averiguar lo que ha pasado.

¿Cómo definirías la novela?
Como la fotografía de un lugar que nos sirve de espejo. El juego, el género, me permite imaginar un lugar y a los que lo habitan, dibujar su visión del mundo, reflexionar acerca de la desgracia. Uno cuenta historias para tratar de tomarle el pulso al mundo que le rodea, supongo.

¿Qué crees que es lo que más gusta del libro?
Por lo que me ha llegado, su concisión, el cuidado del lenguaje y los diálogos. Son aspectos en los que he trabajado mucho en los textos dramáticos y esa experiencia me ha servido para la novela.

¿En qué momento decides volver a dar el salto del teatro a la narrativa?
Primero tengo que decir que si mi editor Eugenio Cano no me hubiera dado la paliza con tamaño entusiasmo durante varios años es posible que me hubiese dejado llevar por la pereza. En teatro te acompaña un equipo, ves pronto los resultados y yo he tenido mucha fortuna en ese género. Pero sí que echaba de menos cosas. Cuando hice, hace algunos años, la adaptación para teatro de “La lluvia amarilla” de Julio Llamazares, me di cuenta de que, para que pudiera caber en un espectáculo de duración convencional hubo que prescindir del ochenta por ciento de aquel texto maravilloso. Hace ya algunos años que el cuerpo me pedía esa libertad que ofrece la novela, aún en un género tan ajustado como este.

¿Qué diferencia encuentras entre escribir para teatro y hacerlo para ser leído?
En novela puedo ser mucho más libre, aún dentro de un género. Por ejemplo, un texto dramático convencional no puede ser diez veces más largo que otro, salvo muy extrañas excepciones. Pero, como te decía, la diferencia radical se halla en la soledad y en el hecho de ser el que pronuncia la palabra final (con permiso del lector). En teatro trabajo pensando en qué actores lo van a hacer muy a menudo, hablo con ellos durante ensayos, cambio cosas y ellos cambian cosas, el texto literario se ajusta después a cada espectáculo, a cada actor. He tenido la fortuna de ver a mis personajes interpretados por actores de distintos países y así he podido descubrir muchas cosas. Tengo la sensación de que la novela se separa de ti cuando es publicada, no hay reencuentros. En cambio, la semana pasada, en La Rochelle, en Francia, pude ver a una actriz – por cierto, maravillosa, se llama Marie-Claire Vilard – representando un monólogo que escribí en 1990 y volví a descubrir ecos en ese texto. Porque con lo que escribes pasa algo fascinante, lo describía hace poco muy bien mi amigo Juan Mayorga: el texto sabe cosas que el autor desconoce.

¿En qué campo estás trabajando ahora?
Estoy trabajando en dos novelas, aprovechando que los proyectos de teatro que tenía ya están girando o en el proceso final de ensayos (“Yo soy Don Quijote de la Mancha”, con Pepe Sacristán, anda zascandileando por toda España y tiene para un año de gira; en tanto que “Mi piedra Rosetta” se estrena en diciembre). Siempre intento hacer dos cosas a la vez, me ayuda a no quedarme parado en seco. Dejo una y sigo con la otra. Una puede ser más negra, y va avanzando deprisa – si no, creo que Eugenio me acabará secuestrando y metiéndome en un sótano hasta que la termine -. Va en la línea de “Un dedo” aunque no tiene nada que ver ni su historia ni sus personajes; la otra, aunque va a tener elementos de novela policíaca, tiene ingredientes de misterio, aventura y, sobre todo, me sirve para viajar a otro tiempo: va y viene entre hoy y los años veinte. Pero me queda un largo camino y no quiero tener prisa.


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